martes, 6 de diciembre de 2011

Mea culpa (extracto)

Me gustaría volver a cuando fui Miss. El hecho en sí no es relevante, pero la sensación, esa sensación de que todo se había arreglado para siempre. 17 años en punta de belleza tenía.

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Tres meses antes. Día de la santa ( fiestas en Ávila), exterior noche. Mi novio y yo entrando a la feria. Diviso el coche de mi padre saliendo. Va con gente. Es una mujer y un niño. ¿Es mi hermano? porque ella no es mi madre. Tampoco es mi hermano. El coche está ya a mi vera y no me quería mirar, pero lo paro por la ventanilla. A esa gente la conozco aunque no sé de qué. ¿ Y mamá? pregunto, no sé por qué y si sé que esa no es la pregunta, no es la pregunta, aunque tal vez sí . Ah y yo que sé es la respuesta. Disimula, ¿qué tal, bien? aquí, que hemos venido a que éste  monte en los caballitos. Boca abierta. Silencio. A estas personas las conozco. Me voy, con todo el parámetro ancestral encendido. Con todo el secreto familiar en el cuerpo y sin verbalizar. Mi novio no entiende de estas cosas, su familia es como dios manda, pero intenta hacerme reír. La atracción a la que vamos a subir tiene asientos de los que  te atan, vamos cuatro y las otras dos chicas no son muy guapas y él es miedoso y dice, por lo menos voy a morir al lado de Claudia Schiffer y de Cindy Crawford, para hacerme reír. Yo, siempre complaciente ante quien me quiere, descubro esa noche una máscara. El movimiento empieza. Estoy botas arriba con minifalda, mi útero es el de todas las mujeres y lo llevamos al aire. Estoy, pelo dorado hasta la cintura cabeza abajo, porque a ningún hombre y al que menos a tu padre, le importa tu cara. El chaquetón que se dejó mi padre en casa, el chaquetón que se dejó mi padre en casa me abriga el corazón purasangre que aguanta todas las estocadas. Frío de invierno místico en los pulmones, así que elévate o muere. Desde ahí arriba, ojos de caballo espoleado  ven invertidas las murallas de piedra milenaria. Es la carta de la torre en inversión y gracias a dios presente, en esta ciudad presente, que voy atada. Mira cómo centrifuga la realidad cuando tu quieres risas y danza. Después las cervezas. Aguanta eso, pon alguna cara. Me voy a  casa. Me espera mi madre, sentada, fiel a la cita de la vida dispuesta a ultrajar mi inocencia con su intuición castrada.

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El plato de macarrones con tomate estaba lleno y seco encima de la mesa. Te aseguro que ese día ya no comía. La tranquilidad del que ya no oculta nada y yo con mi destino volcán quemándome las manos por detrás y me cago en dios, hacia adelante.

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Cómo desmembro el monstruo de ira que me han dejado en el cuerpo dios y diosa, si eran los amos del universo y mi corazón misericordia está dispuesto a perdonar.


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Siguen las oleadas de calor en el cuerpo. ¿ No te lo he contado? Desde que decidí que ya no más, no me paran los golpes de calor en el cuerpo.

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La noche que se fue, un año y medio antes, nos tumbó a las dos en el sofá de dos golpes.  A mí para ofenderla me cruzó la cara. A ella por defenderme le rompió el tímpano. La culpa la tienes tú, Nuria, la culpa la tengo yo siempre: tengo quince años, es sábado noche y quiero volver a la calle porque falta una hora para mi hora, no paro de pecar. Revuelo y que si queréis que me vaya de casa uno por uno y todos sí. Se fué. Mientras lloraba las horas siguientes deseé con todas mis fuerzas oír pasar con el coche a mi novio, mi primer novio, yo, tan enamorada. Todavía no sabía que a veces, cuando las princesas esperan, es porque el príncipe besa a otras ranas.