Por eso y por como eres a veces casi lloras, aunque los dos sabemos que nunca se te han dado bien las lágrimas, tu la fuerza, tu aguantas el mundo con la palma de la mano levantada porque sabes que eres el más fuerte, él que puede dirigir la manada, el que tiene tanto para dar que no se puede guardar nada.
Tu roble, tu guerrero de grandes batallas, de esas que cambiaron el curso de la humanidad y de las que todavía se habla. Uno de esos grandes nombres eras tú, yo lo sé. Atila. Áyax. Aquiles. Somos siempre los mismos con otras caras. Veo los rayos que despides, como ese día en la puerta de tu casa que te partías el pecho con los puños mientras te ahogabas en lágrimas afirmando yo soy para siempre, niña, para siempre y yo, sin querer, sólo porque tu me arrancas, me rajas, sólo lágrimas que llorando rodaban sin ninguna máscara posible, sin ninguna máscara, viviendo los terremotos de la vida que te quitan para darte lo que ni imaginabas. Claro que para siempre, claro. Está claro como el agua.