Yo sabía que me tenía que parecer a ella.
La miraba, ahí, tan quieta.
Te falta su rigidez
y sacarte un hueco
para que la mano de la vida
haga música con tus cuerdas.
Gracias y gracias.
Por devolvérmela.
Por la soledad, tan grande,
que me hace pasar horas y horas con ella
y encontrar la belleza en las esquinas del aire.
Lo único que no limpio en esta casa es la guitarra
y también, todavía, huele a madera.