La casa, esta buhardilla, se ensancha por momentos
y se convierte en un lugar precioso.
Se mueven y se quitan muebles
y aparecen tapices de cuerda y terciopelo por las paredes.
Hay planta de arriba
y a veces
todo un lateral de la casa
no tiene puerta
y da a un patio de piscinas
dónde me encuentro a Nacho
que me dice
que me deja las guitarras.
A la hora de despedirse
todos desconfían de mi
ven mi vida muy difícil
y creen que me voy a suicidar.
Cuando se van abro la puerta
y aparece mi abuelo
es la primera vez que lo sueño
desde que murió.
Viene con más gente
que conozco pero ahora no recuerdo,
Pablo no está.
Está joven y guapísimo
con ese aire de galán de cine
su sonrisa y su bigotito.
Le digo,
que pasa, abuelo,
¿ha llegado mi hora?
y me dice que sí,
y le digo que yo no quiero.
Una gente muy profesional,
trabajadores del cielo,
preparan el escenario de mi muerte
mientras yo observo.
Acabo de cenar,
una jarra de agua
y un plato de sopa
se quedan en la mesa.
Yo apareceré
tumbada en el sofá.
Salgo con él a la calle
y los que se iban
todavía están ahí
y les intento hablar
y les digo que estoy con el abuelo
y las cosas que me dice.
Me miran como loca.
Le pregunto a mi abuelo
si ahí dónde vamos
uno se puede enamorar
y me dice que sí
y eso es lo que me relaja
eso es lo que me relaja.