lunes, 4 de junio de 2012

Las madres

Las escaleras abarrotadas de gente, como en la Plaza de España de Roma. Todos al ocaso allí, todos a la noche aquí. Luego el fuego y los saltimbanquis. Qué sonrisa tienen bajo el maquillaje azul y blanco, con el resplandor de los rombos. El empedrado es un buen instrumento para los cascos de los caballos y la piedra, su mejor eco. Si me gusta ese rincón es porque los pájaros se arremolinan encima y eso, por algo será. Como está en medio de la ciudad pero no hay ventanas en ninguno de los muros que lo circundan todo adquiere una suerte de secreto. Está tan bendecido el sitio que se respira a dios cuando doblas la esquina. Luego está el pasar dentro de la casa.  El sol no penetra los muros anchos de Castilla, ni el demonio puede entrar en casa de paz. No lo entiendo mucho, pero no hace falta entenderlo. Sentir basta. Alegría y recogimiento. Balsa hecha de espíritu. No traspasar nunca la frontera. Entré en la capilla en busca de una señal, hace tanto que no frecuento las iglesias... no sentía nada. Sólo me hablan los pájaros, el aire y las piedras.